El Fin de la Edad de Oro : keynesianos vs los neoliberales
Historia del Siglo XX. Décadas de Crisis
Eric Hobsbawm
La historia de los veinte años que siguieron a 1973 es la historia de un mundo que perdió su rumbo y se deslizó hacia la instabilidad y la crisis. Sin embargo, hasta la década de los ochenta no se vio con claridad hasta qué punto estaban minados los cimientos de la edad de oro. Hasta que una parte del mundo-la Unión Soviética y la Europa oriental del ”socialismo real”-se colapsó por completo, no se percibió la naturaleza mundial de la crisis ni se admitió su existencia. Durante muchos años los problemas económicos siguieron siendo “recesiones”.
Hubo que esperar a principios de los años noventa para que se admitiera, como por ejemplo en Filadelfia-que los problemas económicos del momento eran peores que de los años treinta.
La comparación de los problemas económicos de las décadas que van de los años setenta a los noventa con los de los períodos de entreguerras es incorrecta, aun cuando el temor de otra Gran Depresión fuese constante en todos esos años.
Las “décadas de crisis”, que siguieron a 1973 no fueron una “Gran Depresión, a la manera de 1930 porque la Economía Global no quebró, ni siquiera momentáneamente, aunque la edad de oro finalizase en 1973-1975.
En el mundo capitalista avanzado continuó el desarrollo económico, aunque a un ritmo más lento que en la edad de oro, a excepción de algunos de los “países de industrialización reciente” (fundamentalmente asiáticos), cuya revolución industrial había empezado en la década de los sesenta. El crecimiento del PIB colectivo de las economías avanzadas apenas fue interrumpido por períodos cortos de estancamiento en los años de recesión de 1973-1975 y de 1981-1983.
El comercio internacional de productos manufacturados, motor de crecimiento mundial, continuó, e incluso se aceleró, en los prósperos años ochenta a un nivel comparable a la edad de oro. A fines del siglo XX los países del mundo capitalista desarrollado eran, en conjunto, más ricos y productivos que a principio de los setenta y la economía mundial de la que seguían siendo el núcleo central era mucho más dinámica.
En África, Asia occidental y América Latina, el crecimiento del PIB se estancó La mayor parte de la gente perdió su poder adquisitivo y la producción cayó en gran parte de la década de los ochenta.
En la antigua zona del “socialismo real” de Occidente las economías que habían experimentado un modesto crecimiento en los ochenta, se hundieron por completo después de 1989. En este caso resulta totalmente apropiada la comparación de la crisis posterior a 1989 con la Gran Depresión y, todavía queda por debajo de lo que fue el hundimiento de principios de los noventa.
No sucedió lo mismo en Oriente. Nada resulta más sorprendente que el contraste entre la desintegración de las economías de la zona soviética y el crecimiento espectacular de la economía china en el mismo período. En este país y en gran parte de los países del sureste y del este asiáticos, que en los setenta se convirtieron en la región más dinámica de la economía mundial.
Sin embargo, si la economía mundial capitalista prosperaba, no lo hacía sin problemas. La pobreza, el paro, la miseria y la inestabilidad reaparecieron tras 1973. En la Europa Occidental el desempleo creció de un promedio de 1,5% en lo sesenta hasta 4,2% en los setenta y en el momento culminante de la expansión en los ochenta era d 9,2% en la Comunidad Europea y de un 11% en 1993.
A diferencia de la edad de oro, la población trabajadora potencial no aumentaba con la afluencia de los hijos de la posguerra, y la gente joven-tanto en épocas buenas como malas- solía tener un mayor índice de desempleo que los trabajadores de más edad. Se podía haber esperado que el desempleo permanente disminuyese.
Por lo que se refiere a la pobreza y a la miseria, en los años ochenta incluso muchos de los países ricos y desarrollados tuvieron que acostumbrarse de nuevo a la visión cotidiana de mendigos en las calles, así como a las personas sin techo, acurrucados en los portales al abrigo de las cajas de cartón- en una noche cualquiera, en la ciudad de Nueva Cork, 23.000 hombres y mujeres durmieron en la calle o en los albergues públicos.
La reaparición de los pobres sin hogar formaba parte del gran crecimiento de las desigualdades sociales y económicas de la nueva era.
En las menos igualitarias (Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Suiza), el 20% de los hogares del sector más rico de la población disfrutaban de una renta media entre ocho y diez veces superior a la del 20% de los hogares del sector más bajo y el 10% de la cúspide se apropiaba normalmente del 20 al 25% de la renta total del país.
Este ejemplo no es nada comparable con lo que ocurría en Guatemala, México, Sri Lanka y Botswana donde obtenía cerca del 40% y de Brasil, el máximo candidato al campeonato de la desigualdad económica, junto a Nepal y Turquía, Jamaica y Honduras.
En la década de crisis la desigualdad creció inexorablemente en los países de las “economías desarrolladas de mercado”, en especial desde el momento que el aumento casi automático de los ingresos reales al que estaban acostumbradas las clases trabajadoras en la edad de oro llegó a su fin.
A principio de los noventa empezó a difundirse un clima de inseguridad y de resentimiento, inclusive en muchos de los países ricos. Esto contribuyó a la ruptura de sus pautas políticas tradicionales. En 1990 y1993 no se intentaba negar que, incluso el mundo capitalista desarrollado estuviera en depresión. Nadie sabía qué hacer con ella, salvo esperar que pasase.
El hecho central de las décadas de crisis es que sus operaciones estaban fuera de control. Nadie sabía cómo enfrentarse a las fluctuaciones de la economía mundial, ni poseía instrumentos para accionar sobre las mismas.
La herramienta principal que se había empleado para hacer esa función de la edad de oro, la acción política coordinada nacional o internacional, ya no funcionaba. Las décadas de crisis fueron la época en que el estado nacional perdió sus poderes económicos.
La historia de la década de los setenta fue la de unos gobiernos que compraban tiempo y en el caso de los países de tercer mundo y de los estados socialistas, a costa de sobrecargarse con lo que esperaban que fuese una deuda a corto plazo, aplicaban las viejas recetas de la economía keynesiana, y fue en este período que en la mayoría de los países capitalistas se supuso que los problemas iban a ser temporales creyendo que en un uno o dos años podrían recuperar la prosperidad y el crecimiento, tal es el ejemplo de Gran Bretaña-1974- y de Estados Unidos-1976-, con gobiernos socialdemócratas que no estaban dispuestos a abandonar la edad de oro.
La única alternativa que se ofrecía era la propugnada por la minoría de los teólogos ultraliberales. La aislada minoría de creyentes en el libre mercado sin restricciones había empezado su ataque contra la hegemonía de los keynesianos y de otros paladines de la hegemonía de la economía mixta y el pleno empleo.
La batalla entre los keynesianos y los neoliberales no fue simplemente una confrontación técnica entre economistas profesionales, ni una búsqueda de maneras de abordar temas nuevos y preocupantes problemas económicos.
Se trataba de una guerra entre ideologías incompatibles. Ambos bandos esgrimían argumentos económicos: los keynesianos afirmaban que los salarios altos, el pleno empleo y el estado de bienestar creaban la demanda del consumidor que alentaba la expansión, y que bombear más demanda en la economía era la mejor manera de afrontar las depresiones económicas.
Los neoliberales aducían que la economía y la política de la edad de oro, dificultaban, tanto al gobierno como a las empresas privadas el control de la inflación y el recorte de costes, que habían de hacer posible el aumento de los beneficios, que era el auténtico motor del crecimiento de la economía capitalista.
En ambos casos, la economía racionalizaba un compromiso ideológico. Los neoliberales veían con desconfianza y desagrado a la Suecia social demócrata-un espectacular éxito económico del siglo XX, no porque fuese a tener problemas en las épocas de crisis, como le sucedió a economías de otro tipo, sino porque este éxito se basaba en valores colectivistas de igualdad y solidaridad. Por el contrario, el gobierno de la Sra. Tatcher en el Reino Unido, fue impopular entre la izquierda, porque se basaba en un egoísmo asocial e incluso antisocial.
En condiciones iguales muchos de nosotros preferimos una sociedad cuyos integrantes estén dispuestos a prestar ayuda desinteresada a sus semejantes, a otra en que no lo están.
Los defensores de la economía de la edad de oro no tuvieron éxito, esto se debió en parte a que estaban obligados a mantener su compromiso político e ideológico con el pleno empleo, el estado de bienestar y la política de consenso de la posguerra y también porque se encontraban atrapados entre las exigencias del capital y del trabajo, cuando ya no existía el crecimiento de la edad de oro.
En los años setenta y ochenta Suecia, mantuvo el pleno empleo con bastante éxito gracias a los subsidios industriales, creando puestos de trabajo estatales y públicos.
Sin embargo el modelo sueco fue minado por la mundialización de la economía que había comenzado a partir de los setenta. A principios de los ochenta, un país tan rico como Francia, encontraba imposible impulsar su economía unilateralmente y a los dos años de la elección de Mitterrand, Francia tuvo que afrontar una crisis en la balanza de pagos, que la llevó a devaluar su moneda y a sustituir el estímulo keynesiano de la demanda por la “austeridad con rostro humano”.
Los neoliberales tuvieron pocos problemas para atacar las rigideces, ineficiencias y despilfarros económicos que a veces conllevaban las políticas de la edad de oro, cuando éstas ya no pudieron mantenerse a flote gracias a la creciente marea de prosperidad, empleo e ingresos gubernamentales. Había amplio margen para aplicar el limpiador neoliberal y desincrustar el casco del buque de la “economía mixta”.
Sin embargo la simple fe que la empresa era buena y el gobierno malo, como dijera Reagan:”el gobierno no es la solución, es el problema”, no constituía una política económica alternativa (en Estados Unidos el gasto del gobierno central reaganiano representaba casi un cuarto del PNB, y en los países desarrollados de la Europa comunitaria el 40%)
La mayoría de los gobiernos neoliberales se vieron obligados a gestionar y a dirigir sus economías, aun cuando se pretendiese que se limitaban a estimular las fuerzas del mercado, tal es así que en el Reino Unido el gobierno tatcherista terminó gravando a sus ciudadanos con una carga impositiva considerablemente mayor que, la que habían soportado durante el gobierno laborista y, tanto Reagan como Tatcher resultaron ser profunda y visceralmente nacionalistas y desconfiados ante el mundo exterior y Reagan utilizó métodos keynesianos para intentar salir de la depresión de 1979-1982 creando un déficit gigantesco y poniendo en marcha un no menos gigantesco plan armamentístico y, lejos de estar el valor del dólar a merced del mercado y de la ortodoxia monetaria, Estados Unidos volvió después de 1984 a la intervención deliberada a través de la presión diplomática.
El triunfalismo neoliberal no sobrevivió a los reveses de la economía mundial de principios de los noventa y a la economía dinámica y de más rápido crecimiento del planeta, la de China.
Además, el sistema productivo que quedó transformado en la década de los noventa por la revolución tecnológica, se globalizó con consecuencias espectaculares. La tendencia de la industrialización ha sido sustituir la destreza humana por la máquina, dejando a la gente sin trabajo.
Las décadas de crisis empezaron a reducir el empleo en proporciones espectaculares, incluso en las industrias en vías de expansión porque el creciente desempleo de estas décadas no era simplemente cíclico sino estructural.
La tragedia histórica de las décadas de crisis consistió en que la producción prescindía de los seres humanos a una velocidad superior a aquella en que la economía de mercado creaba nuevos puestos de trabajo para ellos. Además este proceso fue acelerado por la competencia mundial, por las dificultades financieras de los gobiernos que, directa o indirectamente eran los mayores contratistas de trabajo, así como después de 1980, por la teología imperante del libre mercado, que presionaba para que se transfiriese el empleo a formas de empresas maximizadoras de beneficio, en especial a las privadas que no tomaban en cuenta otro interés que el suyo, en términos estrictamente pecuniarios, lo que motivó que los gobiernos y entidades públicas dejaron de ser contratistas de trabajo.
El sindicalismo se debilitó y aceleró en consecuencia el proceso, puesto que unas de sus funciones era la protección del empleo. La economía mundial estaba en expansión, pero contradictoriamente esta expansión no generaba empleo para los hombres y las mujeres que accedían al mercado de trabajo sin una formación especializada.
En los países ricos empezaron a constituir una subclase, cada vez más segregada y en los países pobres entraron a formar parte de la amplia y oscura economía “informal” o “paralela”, en la cual hombres y mujeres y niños vivían, nadie sabe cómo, gracias a una combinación de trabajos ocasionales, servicios, chapuzas, compra, venta y hurto.
La combinación de depresión y de una economía reestructurada en bloque para expulsar trabajo humano, creó una sórdida tensión que impregnó la política en época de crisis. Una generación entera se había acostumbrado al pleno empleo y a confiar que pronto iba a hallar un puesto en alguna parte y fue a partir de los ochenta que fue agravándose hasta llegar a la crisis de los noventa en que la gente comenzó a sentir pánico de perder su empleo y su modo de vida.
La creciente cultura del odio que se generó en Estados Unidos después de la década de los ochenta puede explicarse por el desamparo, la soledad y la pérdida a la que fueron sometidas millones de personas.
En la década de crisis las estructuras políticas de los países capitalistas democráticos hasta entonces estables, empezaron a desmoronarse. Y las nuevas fuerzas políticas que mostraron un mayor potencial de crecimiento eran las que combinaban una demagogia populista con fuertes liderazgos personales y la hostilidad hacia los extranjeros.
Desde principios de los años treinta-en otro período de depresión- no se había visto nada semejante al colapso del apoyo electoral que experimentaron, a finales de los ochenta y principios de los noventa, partidos consolidados y con gran experiencia en el gobierno como el Partido Socialista en Francia o el Partido Conservador en Canadá y los partidos gubernamentales italianos. Es que los supervivientes de la era de entreguerras tenían razones para sentirse desilusionados.
Es evidente que en 1970 había empezado a producirse una crisis que comenzó a mirar el ”segundo mundo de las economías de planificación centralizada”, crisis, al principio, que pasó desapercibida pero que luego se hace evidente con la muerte de Mao en China y Brezhnev en Rusia.
El socialismo de planificación centralizada necesitaba a partir de los sesenta reformas urgentes que no se llevaron a cabo y a partir de los setenta se evidenciaron graves síntomas de auténtica recesión.
La entrada masiva de la Unión Soviética en el mercado internacional de cereales y el impacto de las crisis petrolera de los setenta representaron el fin del “campo socialista” como una economía regional autónoma, protegida de los caprichos de la economía mundial.
Finlandia, un país que experimentó uno de los éxitos económicos más espectaculares de la Europa de posguerra, se hundió en una gran depresión debido al derrumbamiento de la economía soviética. Alemania la mayor potencia económica de Europa impuso tremendas restricciones a su economía.
En los años setenta, tanto en el Este como en el Oeste, la defensa del medio ambiente se convirtió en uno de los temas de la campaña política más importantes, bien se tratase de las defensa de las ballenas o de la conservación del lago Baikal en Siberia.
En 1980 economistas de primera línea del régimen, antiguos reformistas como Jaós Kornai, en Hungría publicaron análisis muy negativos sobre el régimen económico socialista, y los implacables sondeos sobre los defectos del sistema social soviético y que fueron conocidos a mediados de los ochenta.
Sin embargo aunque las crisis discurriesen por caminos paralelos en el Este y en el Oeste y estuviesen vinculadas en una sola crisis global dentro de la política como de la economía divergían en otros puntos fundamentales. Para el sistema comunista, al menos en la esfera soviética que era inflexible e inferior, se trataba de una cuestión de vida y muerte, a la que no sobrevivió. En los países capitalistas desarrollados lo que estaba en juego nunca fue la supervivencia del sistema económico y, pese a la erosión de los sistemas políticos tampoco lo estaba la viabilidad de los mismos.
Sólo en un aspecto crucial estaban otros sistemas en peligro, su futura existencia como estados territoriales individuales ya no estaba garantizada.
Pese a todo, a principios de los noventa, ni uno solo de estos estados nación occidentales amenazados por los movimientos secesionistas se había desintegrado.
Es difícil determinar en qué medida la diferencia entre el Este y el Oeste se debía a la mayor riqueza de as sociedades occidentales y al rígido control estatal de las del Este. En algunos aspectos, este y oeste evolucionaron en la misma dirección. En ambos, las familias los matrimonios se rompían con mayor facilidad que en otras pares y la población de los estados se reproducía poco. En ambos, también se debilitó el arraigo de las regiones occidentales tradicionales aunque en la rusa post soviética se estaba produciendo el resurgimiento de las religiones tradicionales.
Los regímenes comunistas dejaban menos espacios para las subculturas, las contraculturas a los submundos de cualquier especie y reprimían las desinencias.
Los cambios que experimentaban procedían del estado o eran una respuesta del estado. Lo que el estado no se propuso cambiar permaneció como estaba antes. La paradoja del comunismo en el poder es que resultó ser conservador.
Es prácticamente imposible hacer generalizaciones sobre la extensa área del tercer mundo (incluyendo aquellas zonas del mismo que estaba ahora en proceso de industrialización)
La única generalización que podía hacerse con seguridad era la de que,desde 1970 casi todos los países de esta categoría se habían endeudado profundamente. En 1990 se los podía clasificar desde los tres gigantes de la deuda internacional(entre 60000 y 110.000.000 de dólares) que eran Brasil, México y Argentina) pasando por los otro 28 que debían más de 10 millones cada uno cada uno hasta los que sólo debían de 1000 o 2000 millones.
En 1970 sólo doce países tenían una deuda superior a los mil millones de dólares y ningún país superaba los diez millones.
Era muy improbable de que ninguna de estas deudas acabara saldándose pero mientras los bancos siguiesen cobrando intereses por ella. A comienzo de los ochenta se produjo un momento de pánico cuando empezando por México, los países latinoamericanos con mayor deuda no pudieron seguir pagando y el sistema bancario occidental estuvo al borde del colapso, pues en 1970cuando los petrodólares fluían sin cesar a la busca de inversores, algunos de los bancos más importantes habían prestado su dinero con tal descuido, que ahora se encontraban técnicamente en quiebra.
Los tres gigantes latinoamericanos de la deuda no se pusieron de acuerdo para pagar conjuntamente, hicieron arreglos separados para renegociar las deudas y, los bancos apoyados por los gobiernos y las agencias internacionales dispusieron de tiempo para amortizar gradualmente activos y pasivos y mantener la solvencia técnica.
Mientras las deudas de los estados pobres aumentaban no lo hacían sus activos reales o potenciales. En las décadas de crisis la economía capitalista mundial, que juzga exclusivamente en función del beneficio real o potencial decidió “cancelar”una gran parte del tercer mundo. De las veintidós “economías de renta baja “, diecinueve no recibieron inversiones extranjeras. La economía transnacional crecientemente integrada no se olvidó totalmente de las zonas proscritas. Las más pequeñas y pintorescas de ellas tenían un potencial como paraísos turísticos y como refugios extraterritoriales-offshore del control gubernamental y del descubrimiento de recursos aprovechables en territorios poco interesantes, por el momento, podrían cambiar su situación. Sin embargo, una gran parte del mundo había quedado descolgada de la economía mundial.
El principal efecto de las décadas en crisis, fue, pues, el de ensanchar la brecha entre los países ricos y los países pobres.
En la medida en que la economía trasnacional consolidaba el dominio mundial iba minando una grande y desde 1945 prácticamente universal institución: el estado nación, puesto que tales estados no podían controlar más que una parte cada menor de asuntos. Organizaciones cuyo campo de acción se circunscribía al ámbito de las fronteras territoriales, como los sindicaos, los parlamentos, y los sistemas nacionales de radiodifusión, perdieron terreno, en la misma medida en que lo ganaban oras organizaciones que no tenían estas limitaciones, como las empresas multinacionales, el mercado monetario internacional y los medios de comunicación global de la era de los satélites.
Las funciones que los estados nación habían desarrollado en el transcurso del siglo, la de redistribuir la renta entre sus poblaciones mediante la transferencia de los servicios educativos, de salud y bienestar, además de otras asignaciones de recursos, no podían mantener ya, dentro de los límites territoriales, en teoría, aunque en la práctica lo hiciese. Desde el apogeo de los teólogos del mercado libre, el estado se vio minado también por la tendencia a desmantelar actividades hasta entonces realizadas por organismos públicos dejándoselas al “mercado”.
Desde los setenta habían empezado los movimientos separatistas y autonomistas en el mundo occidental: Gran Bretaña, España, Canadá, Bélgica e incluso en Suiza y Dinamarca y Yugolasvia.
La crisis del comunismo la extendió por el este donde después de 1991 se formaron más nuevos estados.
Tanto la Europa surgida de los tratados de paz de Versalles como lo que se convirtió la Unión Soviética estaban concebidos como agrupaciones estado-nación. En el caso de la Unión Soviética y de Yugoslavia, que más tarde siguió su ejemplo, eran uniones de este tipo de estados que, en teoría, aunque no en la práctica, mantenían su derecho a la secesión. Cuando estas uniones se rompieron, lo hicieron naturalmente de acuerdo con las líneas de fracturas previamente determinadas.
El nuevo nacionalismo separatista era la combinación de tres fenómenos: el primero era la resistencia de los estados nación existentes a su degradación, como lo que sucedió con Gran Bretaña y Noruega con características políticas muy diferentes como la de tratar de mantener su autonomía regional dentro de la reglamentación global europea en materia de lo que consideraban importantes.
Los italianos tuvieron éxito a la hora de mantener la mayor parte de su mercado automovilístico en sus manos y los franceses con apoyo de otros países europeos resistieron las exigencias de los estadounidenses a favor del libre comercio de películas y productos audiovisuales, no sólo porque se habían saturado sus pantallas con producción americana sino porque había recuperado un monopolio potencialmente mundial similar a la industria de Hollywood.
Sean cuales fueran los argumentos económicos, había cosas en la vida que debían protegerse ¿Acaso algún gobierno podría considerar seriamente la posibilidad de demoler la Catedral de Chartres o el Taj Malal, si pudiera demostrarse que construyendo un hotel de lujo, un centro comercial o un palacio de los congresos en el solar(vendido por supuesto a compradores privados) se podría obtener una mayor contribución al PIB del país que la proporcionaba el turismo existente?
El segundo de los fenómenos citados fue el egoísmo colectivo de la riqueza y refleja las crecientes disparidades económicas entre continentes, países y regiones.
El tercero de de estos fenómenos tal vez corresponda a una respuesta de la revolución cultural de la segunda mitad del siglo XX. . esta exraordinaria disolución de las normas, los tejidos, y valores tradicionales que hizo que muchos habitantes del mindo desarrollado se sintieran huérfanos y desposeídos. El termino comunidad no fue empleado nunca de manera más discriminada y vacía que en las décadas en que las comunidades en sentido sociológico resultaban difíciles de encontrar en la vida real ( la comunidad de las relaciones públicas, la comunidad gay, etc…)