LA HISTORIOGRAFIA DEL PERIODO REVOLUCIONARIO
Los coleccionistas de datos
Los jesuitas realizaron en el período hispánico el mayor aporte al estudio de la historia de nuestro país. Producida la expulsión de la Orden se iniciaron diversas gestiones oficiales para trasladar a Buenos Aires los principales elementos de cultura que los mencionados sacerdotes habían dejado en Córdoba, luego de su extrañamiento.
Aunque la vieja Universidad no pudo ser trasplantada, arribaron a la metrópoli rioplatense la imprenta, el archivo y la biblioteca, con sus valiosos códices, obras de teología y patrística, además de crónicas eclesiásticas y civiles y cartas anuas. Gran parte de este material —otro se extravió— llegó a poder de un grupo de aficionados a los estudios históricos, como los científicos Félix de Azara y Juan Francisco de Aguirre, y más tarde de otros laicos, Araujo, Leiva, Perdriel e Ignacio Núñez, como también dos religiosos, Segurola y Funes. A estos coleccionistas de documentos, apuntes y datos, se los considera los continuadores de la obra iniciada años atrás por los cronistas jesuíticos.
Luego de la Revolución de Mayo, pocos fueron los interesados en compilar manuscritos y otras constancias de valor historiográfico, pues, si bien la gesta de 1810 despertó en muchos la vocación política y los ideales patrióticos, no sucedió lo mismo con la curiosidad por los hechos del pasado, aunque el Primer Triunvirato intentó publicar una historia filosófica de la Revolución. Estos primeros estudiosos del período independiente no aplicaron el método y la crítica necesarios para una sistematización de los conocimientos y por esto han sido llamados heurísticos, es decir, simples recopiladores de datos. Buscaron los testimonios, pero carecieron de una exposición congruente de los resultados.
El término «heurísticos» pertenece a Rómulo Carbia, que designó de esa manera a los investigadores argentinos que no hicieron otra cosa que allegar materiales, editándolos o dando noticia de su existencia. También los calificó como datistas o pesquisadores de detalles.
El investigador Paul Groussac cuando aludió a los cronistas de aquella época, utilizó con ironía la expresión cazadores de documentos o papelistas.
José Joaquín de Araujo (1762-1834), porteño, cursó estudios en el Colegio de San Carlos y luego ingresó en las oficinas virreinales para alcanzar más tarde un alto cargo en el tesoro de Buenos Aires. Al margen de sus ocupaciones, se dedicó a la lectura de obras históricas, y con estos conocimientos logró prestigio en el pequeño círculo de intelectuales que actuaba en la metrópoli rioplatense.
Araujo —guiado por su vocación a conocer el pasado— reunió obras impresas, objetos, manuscritos y códices. Redactó artículos de interés para el periódico «Telégrafo Mercantil», bajo el seudónimo de El Patriota o bien El Patricio de Buenos Aires. Allí entró a polemizar con Eugenio del Portillo, que firmaba con el anagrama de Enio Tullio Grope.
Portillo fue el causante de la polémica cuando — debido a una publicación anterior— envió un artículo al «Telégrafo Mercantil», donde sostuvo equivocadamente que la segunda fundación de Buenos Aires se había efectuado en el año 1575.
Araujo estudió una serie de documentos inéditos y replicó, por medio de las páginas del mismo periódico, con una colaboración erudita titulada Examen critico sobre la época de la fundación de Buenos Aires.
Además de incursionar por el campo de la crítica, Araujo fue autor de una publicación muy útil, la Guía de forasteros del virreinato de Buenos Aires (año 1803), con la nómina de los empleados en oficinas públicas y breves noticias estadísticas.
Otro de los historiadores virreinales fue el jurisconsulto Julián de Leiva, que nació en la villa de Luján en marzo de 1749 y falleció en Buenos Aires el 3 de febrero de 1818. Cursó estudios en la ciudad rioplatense y se doctoró en leyes, en la Universidad de San Felipe, de Chile. Hombre muy culto, fue uno de los pocos argentinos que en los últimos años de la dominación española se ocupó en revisar las fuentes de nuestra historia. Bibliófilo y coleccionista de documentos, además de distinguido escritor, fue amigo personal de Azara y le facilitó ejemplares de su biblioteca. Más tarde escribió diversas acotaciones críticas a la obra del científico español, que denominó: Notas al cuaderno intitulado La Conquista de las Provincias del Río de la Plata. Los conocimientos del doctor Leiva también fueron de utilidad a los historiadores Segurola y Funes. Este último lo menciona en el prólogo de su Ensayo.
Relator de la Real Audiencia de Buenos Aires, más tarde, en tiempos de la Revolución de Mayo, Leiva fue miembro del Cabildo porteño, con el cargo de Síndico Procurador. No se adhirió al movimiento y por este motivo la Junta Gubernativa lo confinó en Catamarca.
Un intento no realizado
Hasta la época en que se produjo la gesta de Mayo, no se había publicado ninguna obra completa sobre la historia de nuestro país. Los cambios políticos y sociales que se dieron con el surgimiento de la nacionalidad, exigían un conocimiento del pasado, como también un estudio del nuevo orden de cosas. Así lo entendieron los gobiernos revolucionarios y prueba de ello fue una disposición del Primer Triunvirato, con fecha 1º de julio de 1812, por la cual fue designado el religioso dominico fray Julián Perdriel —provincial de su Orden en esos momentos— para que redactara una Historia filosófica de nuestra revolución.
Es probable que el mencionado sacerdote se dedicara de inmediato a reunir la documentación y otros datos necesarios —no hay constancia de tal actividad—, pero, al cabo de dos años, el gobierno le ordenó la suspensión de la obra, argumentando problemas económicos.
Saturnino Segurola y sus colecciones de documentos
Este sacerdote e historiador, uno de cuyos rasgos más destacados fue la caridad social, se ocupó en variadas inclinaciones intelectuales, todas ellas de importancia en la historia dc la cultura de nuestro país.
Saturnino Segurola nació en Buenos Aires el 11 de febrero de 1776 y falleció en la ciudad natal el 23 de abril de 1854, al cabo de una larga existencia, que, si la vinculamos con el curso de los sucesos políticos, se inicia con el virreinato y concluye en el período de la organización nacional. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego se trasladó a Chile para seguir la carrera eclesiástica. Ordenado sacerdote, recibió el título de doctor en teología en la Universidad de San Felipe, en Santiago. Introdujo la vacuna antivariólica en Chile y de regreso a nuestro país fue su primer e infatigable propulsor en Buenos Aires.
Su nombre se relaciona con diversos aspectos de la medicina y también de la Biblioteca Pública, aunque la posteridad lo recuerda muy especialmente por su labor de historiador y bibliófilo. En el trascurso de los años reunió gran cantidad de libros impresos, manuscritos, mapas y láminas antiguas referentes a la historia de nuestro país, actividad que le permitió organizar una gran biblioteca, archivo y museo. El doctor Segurola no publicó sus escritos, con excepción de artículos en hojas sueltas o esporádicas colaboraciones en gacetas. Se sabe que redactó una crónica sobre los obispos de Buenos Aires, como también efemérides y prontuarios históricos. Han llegado hasta el presente anotaciones a los textos de diversas obras y hasta apuntes sobre ciencias naturales y mecánica, que recopiló en forma de diccionario.
El deán Gregorio Funes
Nació en Córdoba el 25 de mayo de 1749 y falleció en Buenos Aires el 10 de enero de 1829. Se ordenó de sacerdote en su ciudad natal y luego se trasladó a España, donde cursó estudios y recibió el diploma de abogado. A su regreso al país, fue designado en Córdoba deán de la catedral, dignidad que, desde ese momento, formó parte de su nombre.
Fue rector del colegio de Monserrat y luego ocupó igual cargo en la Universidad de Córdoba, donde se destacó por su dinamismo en materia de difusión cultural.
En el aspecto político se adhirió al movimiento de Mayo y encabezó la tendencia provinciana en los sucesos inmediatos, que determinaron la creación de la Junta Grande.
Periodista por vocación, colaboró en las primeras hojas impresas que circularon en el Plata: «El Telégrafo Mercantil»; el «Semanario de Agricultura, Industria y Comercio» y en el «Correo de Comercio» .
Remplazó a Mariano Moreno en la redacción de «La Gaceta de Buenos Aires». En este periódico, Funes publicó —el 21 de abril de 1811— un importante artículo sobre la libertad de prensa. Expresó que: «El tribunal de la opinión pública debe estar siempre abierto para que se haga notoria la voluntad general. Este tribunal es la prensa y la señal de que sus puertas están abiertas, es la libertad. Quítese esa libertad y en tal caso no habrá una opinión general. El gobierno caminará a ciegas pues ignora cuál es la opinión pública, única soberana del Estado.»
Más tarde fue colaborador de la «Abeja Argentina» y de «El Centinela» y, en 1823, dirigió «El Argos».
En el estudio de nuestra historiografía, corresponde al deán Funes el primer aporte significativo, publicado luego de la Revolución de Mayo. En el año 1816 apareció el primer tomo de su obra titulada Ensayo de la Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán. El segundo y tercer tomos vieron la luz al año siguiente. En su casi totalidad, el trabajo se ocupa de la conquista y otros episodios del período hispánico. Siguió muy de cerca a los cronistas jesuíticos Nicolás del Techo, Pedro Lozano y Javier de Charlevoix, como también al naturalista Azara. Cuando llegó en el relato al siglo XVIII, recurrió a la ayuda de Saturnino Segurola, Joaquín de Araujo y Bartolomé Muñoz.
Sometido al juicio de la moderna crítica histórica, el Ensayo de Funes adolece de graves fallas y no son pocos los estudiosos que han calificado de plagiario a su autor. Con todo, no puede negarse al trabajo su prosa correcta y también que por vez primera narra —muy simplemente— el período revolucionario hasta 1816, aunque sin aportar conclusiones propias, que hubieran sido muy valiosas, pues su autor fue testigo presencial de los acontecimientos de esa época.
Ignacio Núñez y sus «Noticias históricas»
Nació en Buenos Aires el 30 de julio de 1792 y, luego de luchar contra los ingleses en las dos invasiones, en el año 1809 recibió el grado de capitán. Al poco tiempo abandonó la carrera militar y en 1813 se empleó en la secretaría de la Asamblea Constituyente. Inclinado a las actividades literarias fue miembro de la Sociedad del Buen Gusto del Teatro y en 1821 se inició en el periodismo como redactor del «Argos» y más tarde, de «El Nacional».
En 1825, Rivadavia lo designó secretario de la legación argentina en Londres. Cuando se encontraba en esa capital europea, Núñez publicó —al parecer por encargo oficial— un trabajo titulado Noticias históricas, políticas y estadísticas de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Es una obra de importancia relativa y su intención fue informar a los políticos europeos sobre aspectos de nuestro país, con un capítulo anexo de documentos. El libro fue impreso en castellano, francés, alemán e inglés. En este último idioma lo editó el librero Ackermann, conocido por su contribución a la propaganda revolucionaria. A su regreso, Núñez fue nombrado en 1826 oficial mayor de la secretaría del gobierno nacional y luego de ocupar otros cargos públicos, al cabo de tres años se retiró a la vida privada.
Hacia 1844 redactó un libro de amenos recuerdos, titulado Noticias históricas de la República Argentina, en que describe los episodios ocurridos desde las invasiones inglesas, hasta la derrota de las tropas patriotas en la batalla de Huaqui. Como bien lo ha dejado escrito su autor, la intención no fue escribir una historia, sino los entretenimientos que me permitan el tiempo que me queda y los elementos que me restan. Estos apuntes históricos fueron recopilados más tarde por su hijo Julio, el cual los publicó —después de muerto su padre— en una primera edición que vio la luz en setiembre de 1857.
La obra incluye una segunda parte de las Noticias Históricas, en que figuraban las Efemérides Americanas, desde el descubrimiento del Río de la Plata por Solís, hasta los sucesos ocurridos en el año 1828. Luego sigue una nómina de funcionarios que actuaron en nuestro medio durante el período hispánico, como también una noticia biográfica de Ignacio Núñez y otros trabajos históricos, entre ellos, biografias de Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Manuel Moreno, Juan José Viamonte y Cornelio Saavedra.
Ignacio Núñez no fue un militar destacado ni un funcionario de renombre y sólo ocupó cargos burocráticos en ministerios y legaciones; sin embargo, será recordado por el hecho de haber escrito en forma sencilla y familiar sobre episodios que presenció o de los que obtuvo referencias. Falleció en Buenos Aires el 22 de enero de 1846.
LAS MEMORIAS REFERENTES AL PERÍODO REVOLUCIONARIO
Algunas memorias de importancia
Dentro de nuestra evolución historiográfica, las memorias y autobiografías, junto con los epistolarios y diarios personales, constituyen un capítulo de interés, todavía no estudiado en su real importancia.
En el año 1910 y con motivo del centenario de la Revolución de Mayo, el entonces director del Museo Histórico Nacional, doctor Adolfo P. Carranza, publicó una serie de documentos —no todos de igual mérito e importancia— con el título de Memorias y Autobiografías.
La obra comprendió en total tres tomos.
En el tomo I figura: Tomás Guido: «Reseña histórica de los sucesos de Mayo»; Cornelio Saavedra: «Memoria autobiográfica»; Manuel Belgrano: «Autobiografía»; Martín Rodríguez: «Memorias» y Gervasio Antonio Posadas: «Memorias».
En el tomo II: Manuel Moreno: «Vida y memorias del doctor Mariano Moreno»; Pedro José Agrelo: «Autobiografía».
En el tomo III: fueron publicados dos escritos de Manuel Belgrano. Uno titulado «Memoria sobre la expedición al Paraguay» y otro llamado: «Fragmento de memoria sobre la batalla de Tucumán».
Además comprende: Nicolás Villanueva: «Memorias»; Rufino Zado: «Noticias biográficas sobre el general Juan Lavalle»; Rufino Guido: «La empresa del Tejar»; Antonio Quintanilla: «Antecedentes de la batalla de Chacabuco»; Juan Gregorio de Las Heras: «Memorias sobre Cancha Rayada», y también: «Relación de la batalla de Maipú»; José de San Martín: «Exposición de la conducta del general Brayer en América del Sur»; José Melián: «Memorias» y Rudecindo Alvarado: «Autobiografía».
Lejos estuvo el doctor Carranza de agotar el tema, por cuanto se sabe que el material es muy numeroso y que además comprende toda clase de escritos referentes a episodios históricos, entre ellos los partes de batalla, las fojas de servicio, etcétera.
Entre los documentos del período revolucionario pertenecientes al tema que nos ocupa, cabe mencionar, en primer término, la Vida y memorias del doctor don Mariano Moreno, escrita por su hermanoManuel y editada en Londres, en el año 1812. Estudiado por la crítica histórica, el valor del trabajo es muy relativo, pues es evidente la intención fraterna de justificar ante la posteridad la actuación pública del conocido secretario de la Junta de Mayo. No puede negarse que ofrece un buen panorama del período revolucionario hasta 1812 y aunque por muchos años se la consideró una exacta crónica de la época y una biografía imparcial, sus afirmaciones deben actualmente tomarse con suma cautela, por cuanto muchas de ellas han sido rebatidas por destacados investigadores.
El coronel de Patricios don Cornelio Saavedra escribió en la ancianidad sus Memorias,que son un relato de su actuación pública, en sucesos de nuestra historia. Describe las épocas de triunfo y también las horas inciertas en que las facciones políticas se disputaban el poder. Rebatió las acusaciones de sus adversarios y concluye con estas palabras: «La conciencia no me acusa de haber hecho mal a nadie ni con ánimo resuelto y deliberado, causado heridas en sus intereses y reputación. Si alguno se cree en este caso, pido también me perdone». Saavedra firmó su escrito en enero de 1829 y falleció el 20 de marzo de ese año.
Otra memoria de interés fue la que redactó el primer Director Supremo, don Gervasio Antonio Posadas, pues narra con exactitud los sucesos del año 1815, aunque aludiendo a la Revolución de Mayo escribió con franqueza: no tuve de ella la menor idea ni noticia previa.
Posadas (1757-1833) concluyó su actuación pública al presentar la renuncia de Director Supremo en enero de 1815. Por su vinculación con Carlos de Alvear fue perseguido y tuvo que expatriarse.
En el año 1829 empezó a escribir sus Memorias, que comienzan en esta forma:
«Manifiesto de cuanto sé y me consta de la Revolución de Buenos Aires, o más bien, confesión ingenua y verídica de cuanto de mí ha pasado, para que sirva a mis hijos en su defensa después de mi muerte, ya que en mi vida no he tenido juez imparcial ante quien entablarla; o para que les sirva siempre de simple consuelo y desahogo, contra las solemnes imposturas y mentiras que se han entablado en los papeles públicos».
El jurisconsulto y periodista Pedro José Agrelo (1776-1846) escribió una Autobiografía sobre los episodios políticos de su época, que sólo figura parcialmente en la citada recopilación del Museo Histórico Nacional. Integrante de la Sociedad Patriótica de 1812 y fiscal acusador en el proceso contra la conspiración de Álzaga, la figura de Agrelo declina su importancia en nuestra historia a partir de 1815. En tiempos de Rosas, ya anciano,se desempeñó con el cargo de juez, aunque luego fue destituido y hubo de expatriarse a Montevideo, donde falleció.